5. El trabajo es un principio coercitivo social
El trabajo no es, de ningún modo, idéntico al hecho de que los hombres transforman la naturaleza y se relacionan a través de sus actividades. En tanto haya hombres, construirán casas, producirán vestimentas, alimentos, asà como criarán hijos, escribirán libros, discutirán, cultivarán huertas, harán música, etc. Esto es banal y se entiende por sà mismo. Lo que no es obvio es que la actividad humana en sÃ, el puro «gasto de fuerza de trabajo», sin tener en cuenta ningún contenido e independiente de las necesidades y de la voluntad de los implicados, se volvió un principio abstracto, que domina las relaciones sociales.
En las antiguas sociedades agrarias existÃan las más diversas formas de dominio y de relaciones de dependencia personal, pero ninguna dictadura del abstractum trabajo. Las actividades en la transformación de la naturaleza y en la relación social no eran, de ninguna manera, autodeterminadas, pero tampoco estaban subordinadas a un «gasto de fuerza de trabajo» abstracto; al contrario, estaban integradas en el conjunto de un complejo mecanismo de normas prescriptivas religiosas, tradiciones sociales y culturales con compromisos mutuos. Cada actividad tenÃa su tiempo particular y su lugar particular; no existÃa una forma de actividad abstracta y general.
Solamente el moderno sistema productor de mercancÃas creó, con su fin en sà mismo de la transformación permanente de energÃa humana en dinero, una esfera particular, «disociada» de todas las otras relaciones y abstraÃda de cualquier contenido, la esfera del llamado trabajo –una esfera de actividad dependiente incondicional, desconectada y robótica, separada de lo restante del contexto social y obediente a una abstracta racionalidad funcional de «economÃa empresarial», más allá de las necesidades. En esta esfera separada de la vida, el tiempo deja de ser tiempo vivido y vivenciado; se transforma en simple materia prima que necesita ser optimizada: «tiempo y dinero». Cada segundo es calculado, cada ida al cuarto de baño se convierte en un trastorno, cada conversación es un crimen contra el fin autonomizado de la producción. Donde se trabaja, sólo puede haber gasto de energÃa abstracta. La vida se realiza en otro lugar, o no se realiza, porque el ritmo del tiempo de trabajo reina sobre todo. Los niños ya están domados por el reloj para tener algún dÃa «capacidad de eficiencia». Los festivos sólo sirven también para la reproducción de la «fuerza de trabajo». E incluso a la hora de la comida, de la fiesta y del amor, la aguja de los segundos toca en el fondo de la cabeza.
En la esfera del trabajo no cuenta lo que se hace, sino que se haga algo en cuanto tal, pues el trabajo es justamente un fin en sà mismo, en la medida en que es el soporte de la valorización del capital –dinero–, el aumento infinito del dinero por sà solo. El trabajo es la forma de actividad de este fin en sà mismo absurdo. Sólo por eso, y no por razones objetivas, todos los productos son producidos como mercancÃas. Porque únicamente de esta forma representan el abstractum dinero, cuyo contenido es el abstractum trabajo. En esto consiste el mecanismo de la incesante Rueda social autonomizada, de la que la humanidad moderna está prisionera.
Y es precisamente por eso que el contenido de la producción es tan indiferente a la utilización de los productos y a las consecuencias sociales y naturales. Si se construyen casas o se siembran los campos de minas, si se imprimen libros, se cultivan tomates transgénicos, si las personas enferman, el aire está contaminado o si «sólo» se perjudica el buen gusto… todo eso no interesa. Lo que interesa, de cualquier modo, es que la mercancÃa pueda ser transformada en dinero y el dinero en nuevo trabajo. Que la mercancÃa exija un uso concreto, y que éste sea destructivo, no le interesa a la racionalidad de la economÃa empresarial; para ella, el producto sólo es portador de trabajo pretérito, de «trabajo muerto».
La acumulación de «trabajo muerto» como capital, representado en la forma-dinero, es el único «sentido» que el sistema productor de mercancÃas conoce. ¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura metafÃsica! SÃ, pero una metafÃsica que se volvió realidad palpable, una locura «objetivada» en la sociedad con mano férrea. En el eterno comprar y vender, los hombres no intercambian bajo la condición de seres sociales conscientes, sino que sólo ejecutan como autómatas sociales el fin en sà mismo propuesto a ellos.
«El trabajador sólo se siente consigo mismo fuera del trabajo, mientras que en el trabajo se siente fuera de sÃ. Está en casa cuando no trabaja; cuando trabaja no está en casa. Su trabajo, por eso, no es voluntario, sino obligado; es trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer necesidades externas a él mismo. La extrañeza del trabajo revela su forma pura en el hecho de que, desde que no existe ninguna coerción fÃsica u otra cualquiera, huye de él como si fuese una peste.» (Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 1844)
6. Trabajo y capital son las dos caras de la misma moneda
La izquierda polÃtica siempre adoró entusiásticamente el trabajo. No sólo elevó el trabajo a la esencia del hombre, sino que también lo mistificó como supuesto contra-principio del capital. El escándalo no era el trabajo, sino sólo su explotación por el capital. Por eso, el programa de todos los «partidos de trabajadores» fue siempre «liberar el trabajo» y no «liberar del trabajo». La oposición social entre capital y trabajo es sólo una oposición de intereses diferenciados (es verdad que de poderes muy diferenciados) internamente al fin en sà mismo capitalista. La lucha de clases era una forma de ejecución de esos intereses antagónicos en el seno del fundamento social común del sistema productor de mercancÃas. PertenecÃa a la dinámica interna de la valorización del capital. Se trataba de una lucha por salarios, derechos, condiciones de trabajo o puestos de trabajo: el supuesto ciego siempre seguÃa siendo la Noria dominante con sus principios irracionales.
Tanto desde el punto de vista del trabajo como del capital, importa poco el contenido cualitativo de la producción. Lo que interesa solamente es la posibilidad de vender de forma óptima la fuerza de trabajo. No se trata de la determinación en conjunto sobre el sentido o el fin de la propia actividad. Si algún dÃa existió la esperanza de poder realizar una tal audodeterminación dentro de las formas del sistema productor de mercancÃas, hoy las «fuerzas de trabajo» perdieron ya, y hace tiempo, esta ilusión. Hoy sólo interesa el «puesto de trabajo», la «ocupación» –ya estos conceptos comprueban el carácter de fin en sà mismo de toda esta empresa y la minorÃa de edad de los comprometidos con ella.
Qué, para qué y con qué consecuencias se produce, en el fondo no interesa, ni al vendedor de la mercancÃa fuerza de trabajo, ni al comprador. Los trabajadores de las centrales nucleares y de las industrias quÃmicas protestan aún más vehementemente cuando se pretende desactivar sus bombas de relojerÃa. Y los «ocupados» de Volkswagen, Ford y Toyota son los defensores más fanáticos del programa suicida automovilÃstico. No solamente porque necesitan obligadamente venderse sólo para «poder» vivir, sino porque se identifican realmente con su existencia limitada. Para los sociólogos, los sindicalistas, los sacerdotes y otros teólogos profesionales de la «cuestión social», este hecho es la comprobación del valor ético-moral del trabajo. El trabajo forma la personalidad. Es verdad. Esto es, la personalidad de zombies de la producción de mercancÃas, que ya no logran imaginar la vida fuera de su Noria fervientemente amada, para la cual ellos mismos se preparan diariamente.
Asà como no era la clase trabajadora en cuanto tal la contradicción antagónica del capital y el sujeto de la emancipación humana, asà tampoco, por otro lado, los capitalistas y ejecutivos dirigen la sociedad siguiendo la maldad de una voluntad subjetiva de explotador. Ninguna casta dominante vivió, en toda la historia, una vida tan miserable y no libre como los acosados ejecutivos de Microsoft, Daimler-Chrysler o Sony. Cualquier señor medieval habrÃa despreciado profundamente a estas personas. Porque, mientras que aquél podÃa dedicarse al ocio y a gastar su riqueza en orgÃas, las élites de la sociedad del trabajo no pueden permitirse ninguna pausa. Incluso fuera de la Noria, no saben hacer otra cosa consigo mismos que infantilizarse. Ocio, placer intelectual y sensual les son tan extraños como su material humano. Ellos mismos son siervos del dios-trabajo, meras élites funcionales del fin en sà mismo social irracional.
El dios dominante sabe imponer su voluntad sin sujeto a través de la «coerción silenciosa» de la competencia, ante la cual deben también arrodillarse los poderosos, sobre todo cuando administran centenares de fábricas y transfieren sumas millonarias por el globo. Si no hicieran eso, serÃan puestos de lado, del mismo modo brutal que las «fuerzas de trabajo» superfluas. Pero es precisamente su minorÃa de edad lo que hace que los funcionarios del capital sean tan peligrosos, y no su voluntad subjetiva de explotación. Ellos son los que tienen el menor derecho de preguntar por el sentido y las consecuencias de sus actividades ininterrumpidas; no se pueden permitir a sà mismos sentimientos ni consideraciones. Por eso hablan de realismo cuando devastan el mundo, hacen las ciudades cada vez más feas y dejan a los hombres empobrecerse en medio de la riqueza.
«El trabajo tiene cada vez más la buena conciencia de su lado: actualmente la inclinación a la alegrÃa se llama «necesidad de recreación» y comienza a tener vergüenza de sà misma. ‘Se debe hacer esto por la salud’, se dice cuando uno es sorprendido en un paseo por el campo. ¿Podrá llegarse al punto en que la gente deje de ceder a una inclinación hacia la vida contemplativa (esto es, un paseo con pensamientos y amigos) con mala conciencia y desprecio de sÃ?» (Friedrich Nietzsche, 1882)
Pasada de manifiesto !! 😛